Desde la primera visita el espacio se forjó en nuestra imaginación con un aspecto similar al que finalmente se convirtió el proyecto de esta vivienda en el último piso de un edificio de 1932. Una actuación previa de gran calado en la cubierta a dos aguas la había dejado a la vista. Se había eliminado el falso techo pero se había mantenido la tabiquería de origen que, al no llegar hasta el techo, convertía a la vivienda en un espacio teatral, un decorado cinematográfico con tabiques frágiles y que otorgaba cierta falsedad al conjunto.
La demolición de la tabiquería nos impactó pero a la vez nos dejó frías. La vivienda ya sin espacios compartimentados dejaba en su punto más alto una altura libre de 6,50 m, lo que hacía perder su condición de casa y convertía al conjunto en un espacio inmenso, pero alejado de una escala doméstica. ¿Podríamos reconocer en este espacio una casa?
Las necesidades de Ella y Pablo, los clientes, nos llevaron a plantear una intervención rápida y económica. En la recámara mantenían viva la idea de construir un altillo, por lo que la actuación de esta primera fase debía ser firme con la posición que tendrían una futura escalera y su relación con un espacio en un plano superior.
Al mismo tiempo, la actuación tenía que permitir redirigir la mirada para sacar a relucir el origen. Relucir entendido más que como acción de limpiar, como mecanismo para destacar virtudes. La intervención debía dejar al descubierto texturas que hicieran visibles las huellas y capas que había dejado el tiempo.
Así, con todo, planteamos una propuesta que tenía como elemento principal construido una pieza central formada por planos que no llegaban hasta el techo. Dimos con una solución que permitiría ordenar y dividir el espacio al mismo tiempo que se convertía en un elemento de conexión al poderse rodear y traspasar. Del mismo modo, huíamos de la idea de un espacio único, sino que lo convertíamos en un espacio fluido que se recorre, pero que se encuentra mínimamente compartimentado.
Con la propuesta también conseguíamos volver a la idea de tener un espacio escenográfico y artificioso, pero que aportaba la escala doméstica que el espacio necesitaba al estar construido hasta una cota de 2,70 m.
En síntesis, nuestra propuesta es bien sencilla: en el espacio central, por el que se accede, 3 planos delimitan, ordenan y acogen en su perímetro espacios de almacenaje al mismo tiempo que conforman un espacio más íntimo y resguardado. De cara a la calle, dos dormitorios que recuperan el espacio alto, abierto y generoso; mientras que de cara al interior de la manzana y previo a la terraza, únicamente se construye una pequeña caja curva y escultórica que aloja el baño.
La presencia tan potente del pavimento existente en la casa hace que el resto de los elementos le acompañen pero no compitan, sino que reposen y encuentren su sitio junto a él. Los planos construidos son blancos y aunque están muy presentes se desmaterializan, lo que nos permite elegir detalles que, a modo de pinceladas sutiles, aporten color: el latón que hace de rodapié en la pieza del baño, el tenue color fresa en el alicatado de la cocina o la presencia vibrante del mostaza en el armario del acceso.
Al realizar el reportaje fotográfico y volver a la casa casi un año después de haberla terminado, nos dimos cuenta de que habíamos conseguido que fuese un reflejo de las personas que la habitan. Sus libros, sus objetos, sus vivencias y el arte que cubre sus paredes son elementos que han ayudado a fijar su uso. Al ser habitada es cuando la cota 2,70 m ha alcanzado su razón de ser.