Una familia de cuatro se prepara para dejar atrás un piso de 200 metros con enormes espacios, armarios generosos y ventanas al exterior en todas las estancias para vivir en una antigua casa entre medianeras, alargada, laberíntica donde la luz natural está prácticamente ausente.
Se mudan de una vivienda luminosa y correctamente distribuida a una casa estrecha en la que proyectar una buena distribución y dirigir la luz natural serán la claves para llegar a obtener el bienestar de todos.
En las primeras visitas que hicimos a la casa con la familia enseguida nos dimos cuenta de que no solo se trataba de un proyecto arquitectónico, sino que también se trataba de un proyecto de acompañamiento. La familia, obligada por los condicionantes físicos de los que se partía, tenía que pasar un proceso de adaptación a las características del nuevo espacio. Un proceso de entender nuevas formas de habitar, un proceso en el que encontrar la afinidad con los materiales que había en la casa en la que iban a vivir, un proceso de familiarización con las luces y sombras del nuevo espacio que iban a ocupar. Nosotras éramos las responsables de que se encontraran a gusto en esa trayectoria.
A nivel de distribución, reorganizar una parte de la casa para el uso de las niñas fue el objetivo. Nuestra premisa fue alcanzar un espacio fluído, infinito pero fragmentado, flexible, iluminado y cálido e íntimo a la vez que acogedor .
Para conseguirlo seis puertas correderas fueron las encargadas de iluminar, ventilar y gestionar las cinco bandas en las que se había organizado el espacio en el que habitarían Irene e Isabel y que acogerían espacios servidores y servidos. Cada una de ellas se vincularía con la siguiente a través del deslizamiento de la puerta y serían Irene e Isabel las encargadas de contener o abrir las circulaciones y los usos entre ellas y poder tener 6 pequeñas estancias cerradas o un gran espacio abierto y conectado.
Liberamos la zona interior de la casa de su carácter laberíntico gracias a la nueva organización del espacio a modo de código de barras, consiguiendo de esta manera los espacios necesarios debidamente iluminados y ventilados para Irene e Isabel: una banda para asearse, otra banda a modo de pasarela para arreglarse y presumir de modelitos, una banda de descanso, y por último, cumpliendo con un requisito del primer día, una banda relacionada con la calle que utilizarían a veces para estudiar y muchas otras para festejar.
Encontrar el equilibrio entre el brillo y el mate, lo nuevo y lo viejo, lo oscuro y lo claro, lo liso y lo rugoso fue una de las premisas del proyecto. Los materiales nobles y oscuros que tenía la casa como el mármol o las maderas se enlazaron con materiales con menos brillo, más lisos y neutros, consiguiendo de esta manera una intervención elegante a la vez que práctica para los ojos de los que la habitan.
Al mismo tiempo fue muy importante poder redirigir la luz natural. Partimos de unos condicionantes difíciles para hacer llegar la luz a todas las estancias, pero gracias a las circulaciones infinitas creadas y los huecos abiertos en cubierta a modo de linterna natural pudimos conseguir que el espacio resultante fuese agradable y acogedor.